Problemas de la Planificación según
el Nivel
En cualquier
sistema de planificación suelen identificarse además distintos niveles
jerárquicos. Es importante recordar que a la hora de diseñar y aplicar
procedimientos de planificación en nuestras organizaciones conviene identificar
con claridad los distintos niveles de intervención caracterizados por una serie
de objetivos relacionados entre sí, desde la misión de la organización situada
en la cúspide , pasando por los objetivos globales o estratégicos (generalmente situados en la esfera de las
relaciones de la organización con el entorno), los objetivos intermedios y
finalmente los objetivos más operativos en una secuencia articulada “en
cascada” por relaciones causa-efecto garantizando: La coherencia vertical, la
coherencia en sentido horizontal y el abordaje de estrategias integrales. Las
estrategias se dividen en tres grandes grupos (Nivel corporativo, funcional y
operativo); El nivel corporativo corresponde a la cúspide de la pirámide
organizacional, a la cual le incumbe el establecimiento y manejo de las
estrategias de la organización; en este nivel se tiene que tener bien definido
la visión y la misión corporativa
El nivel
funcional o coordinativo le corresponde
en términos fundamentales desagregar, por área funcional, los principios
o máximas particulares se desarrollan en forma concreta, indicando acciones y
metas que deben alcanzarse de manera inmediata en cada oportunidad por la
estrategia en el tiempo y en el espacio.
El nivel
operativo ejecuta o realiza las actividades y tareas de forma rutinaria y por
el reflejo, que al realizarlas, permitirá el cumplimiento de las acciones
tácticas que acercan al logro de los objetivos.
Los problemas constituyen el
primer insumo del proceso de planificación. Se planifica a fin de que la
presencia de estos problemas sea controlada, minimizada o prevista por los
actores que gobiernan los procesos organizacionales. Sin problemas la
planificación se hace innecesaria. Al planificar basándose en problemas se
procura la concentración del esfuerzo institucional en los asuntos que
obstaculizan los procesos organizacionales y que afectan negativamente los
productos que como res-puesta se provee al entorno. El análisis de la realidad
que se pretende intervenir a través de un proceso planificado de acciones se
descompone en varias etapas se-cuenciales: identificación de los problemas,
descripción del mismo, de sus causas y efectos, la jerarquización de causas, la
dia-gramación y la selección de nudos críticos. En cualquier sistema de
planificación suelen identificarse además distintos niveles jerárquicos. De lo
general a lo particular, de lo más amplio a lo más detallado, podemos hablar de
una secuencia de intervenciones de distinto alcance que, como muñecas rusas, se
contienen unas a otras, manteniendo una coherencia entre los objetivos de los
distintos niveles. En los esquemas de planificación convencionales, el ámbito
más general de referencia viene marcado por las políticas (políticas
educativas, políticas de empleo, política sanitaria, política social), que
constituyen el marco de referencia general en el que se establecen los grandes
objetivos u objetivos últimos que orientan las intervenciones. Las políticas se
estructuran a través de planes, los planes mediante programas y éstos, a su
vez, a través de proyectos, cada uno de los cuales tiene un objetivo en torno
al cual se organizan y coordinan un conjunto de actividades y tareas.
Es
importante recordar que a la hora de diseñar y aplicar procedimientos de
planificación en nuestras organizaciones conviene identificar con claridad los
distintos niveles de intervención, caracterizados por una serie de objetivos
relacionados entre sí, desde la misión de la organización situada en la
cúspide, pasando por los objetivos globales o estratégicos (generalmente
situados en la esfera de las relaciones de la organización con el entorno), los
objetivos intermedios y finalmente los objetivos más operativos en una
secuencia articulada “en cascada” por relaciones causaefecto, garantizando: la coherencia
vertical, de manera que los objetivos de nivel inferior sean en la práctica
medios efectivos para el logro de los objetivos de nivel superior; la coherencia en sentido horizontal,
para que los objetivos de cada escalón sean consistentes y complementarios
entre sí: coherencia entre todos los programas que forman parte de un plan o
todos los proyectos que integran un programa, etc.; el abordaje de estrategias
integrales, evitando intervenciones puntuales, aisladas y/o desconectadas
de: un marco programático superior de referencia, y de otras intervenciones
complementarias para el logro de un determinado objetivo. Recurrir a este tipo
de esquemas de jerarquización de objetivos e intervenciones proporciona un
marco para la colaboración entre organizaciones no lucrativas y constituye un
paso importante para superar la atomización y dispersión que suele caracterizar
a las acciones emprendidas por un buen número de ellas, impidiendo que las mismas
alcancen impactos más significativos.
Existen
limitaciones en cuanto a los procesos de la planificación estratégica. Al
tratarse de un instrumento concebido originalmente para la gestión en las
empresas, que enfatiza los aspectos de competitividad y requiere de la fijación
de objetivos claros y precisos, la planificación estratégica choca con la
realidad de las ONG, inspiradas más bien en valores filantrópicos centrados en
la comunidad y la atención de necesidades sociales y con objetivos
frecuentemente imprecisos, cuando no ausentes. La gestión de las ONG, afirma un
buen número de gestores, está en la práctica más guiada por asuntos operativos,
que exigen la resolución de los problemas conforme éstos se van presentando,
que por una orientación estratégica. Existe poca evidencia de que la
utilización de la planificación estratégica conduzca a mejores tomas de
decisiones que las que se producirían directamente por una estructura de
dirección o un liderazgo competentes. Requiere una inversión significativa de
tiempo, recursos humanos y financieros de los que las ONG a menudo no disponen.
Al contrario de lo que afirman sus defensores, los procesos de planificación
estratégica hacen más rígida la gestión y reducen la capacidad de las ONG para
adaptarse a las circunstancias. La expresión “plan flexible” es casi un
contrasentido. La planificación (sobre todo la planificación por objetivos)
tiende a ser rígida, excesivamente formalizada y desincentiva la creatividad y
la innovación en las organizaciones. La pretensión de que la planificación
estratégica sea capaz de prever a largo plazo y anticiparse al entorno es muy
cuestionable. Al margen de la mayor o menor veracidad de estos últimos
argumentos, lo cierto es que algunos de ellos se utilizan en ocasiones como excusa
para justificar la ausencia de mecanismos siquiera básicos de planificación o
programación de las intervenciones y una gestión en ocasiones demasiado
endogámica, poco reflexiva y escasamente atenta a lo que ocurre alrededor de
las organizaciones y a las necesidades de los usuarios.
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